Seguimos danzando pasionalmente sobre las brasas de nuestros sentimientos que, vehementemente, despliegan la incandescente insistencia de nuestro corazón. La razón toma un segundo plano. No responde frente al incontrolado frenesí de nuestras lujurias. El deseo, ávidamente, impregna el ambiente, procurando que la fuerza de la insistente querencia juegue una partida con la vida, dejándose llevar por el instinto que mueve indeliberadamente la voluntad personal e intransferible.
La pasión danza sobre el ardiente manto de la voluntad racional y la irracionalidad del instinto.
La pasión danza sobre el ardiente manto de la voluntad racional y la irracionalidad del instinto.
El Argonauta Enmascarado.
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