Necesitamos continuamente revindicarnos como seres humanos. Con nuestros aciertos y equivocaciones, nuestro simbólico verbo debe tener un auditorio donde alejar las dudas respecto a la afirmación de sentirnos vivos. También nuestra sensatez debe precisar del espacio donde construir los cimientos de la autoestima.
La interpretación de la existencia, es personal e intransferible, alejada de todo intento de sutil manipulación. Defender nuestro ideario y la forma de entender la vida, dentro de la colectividad, no es más que afianzar la singularidad personal. Lo contrario es convertir en frágiles estatuas de barro los pilares de nuestro criterio. Todo es cuestión de llenar el juicio de conocimiento, comprensión y reflexión.
La dignidad no puede, ni debe, alimentarse de débiles concesiones hipócritas que después, desde la soledad, nos incomodan, inundándonos de zozobra y desasosiego.
La dignidad no puede, ni debe, alimentarse de débiles concesiones hipócritas que después, desde la soledad, nos incomodan, inundándonos de zozobra y desasosiego.
El Argonauta Enmascarado.
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